lunes, 14 de febrero de 2011

Y el Goya es para...







Pues me alegro, y mucho.

La noche estuvo reñida, y no eran poco atrayentes los aspirantes a conseguir un Goya en esta XXV edición. La gala contaba con el especial gracejo de Andreu Buenafuente, y con alguna sorpresa que otra que hizo más entrañable la fiesta del cine. Las nominaciones, bien merecidas, crearon expectación en la suntuosa sala, y el desasosiego pertinente de los implicados segundos antes de conocer el nombre del ganador.

Creo que Alex de la Iglesia estuvo a la altura y mantuvo firmes sus convicciones e ideas, manifestándolas oportunamente. "Crisis en griego es cambio y el cambio es acción. Nadie se podía imaginar hace años a donde nos podía llevar Internet. Internet no es el futuro, es el presente, sirve para que millones de personas se comuniquen. Es la nueva ventana que se nos abre al mundo. No tenemos miedo a Internet. Internet es la salvación de nuestro cine", comunicó el realizador en el momento de su discurso. Se dice que el contenido del texto se mantuvo en secreto hasta su exposición, pero todos los que estaban allí, como los que estábamos frente al televisor, esperábamos un alegato semejante. No solo representa una figura emblemática en el mundo del cine español, sino que demuestra gozar de un estoicismo y una autodeterminación moral que lo enaltece como persona y líder.

El discurso de Mario Camus me pareció de lo más inspirador, sobre todo cuando se refirió al colectivo de estudiantes o jóvenes del sector que se encuentran en espera de encontrar una oportunidad. Pareció ser consciente de un problema que muchos ignoran, y del que muy pocos se atreven a hablar. Me recordó a las palabras de Jesús Franco expresadas durante la entrega del Goya honorífico en 2008, las cuales me cautivaron.

Sin embargo, nada de lo acontecido durante la gala pudo comparar a la indiscutible satisfacción que sentí cuando entregaron, uno por uno, los nueve premios a "Pa negre", de Agustí Villaronga. El director mallorquín fue maltratado, ignorado y desacreditado por una industria que ahora, por algún motivo oculto, reconoce su trabajo. No obstante, no brindo por el reconocimiento de un director que ha alcanzado con magnificencia el dominio del séptimo arte, brindo por la coyuntura otorgada a un maestro para que desempeñe su oficio libremente, contra la agresión moral, la injusticia y la intolerancia de la industria cinematográfica en nuestro país.
Es triste ver como lapidamos nuestro futuro sentenciando gratuitamente aquello que no comprendemos, y de lo que irremediablemente formamos parte.

RF

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