viernes, 20 de mayo de 2011

El desencanto

Leo las últimas páginas de una pequeña-gran novela que deja poso en mi corazón.

Demian habla del desencanto de un mundo que se dibuja tal como es y por primera vez ante los ojos de un niño. La ruptura con la niñez y la cálida infancia da paso a un universo repleto de inseguridades, desconfianza, mentiras y maldad. La violenta y corrupta realidad golpea duramente la frágil moral del niño, tan débilmente tejida, y traspasa su cuerpo hasta lo más profundo de su ser. El pecado crea la culpa, y la culpa el remordimiento, que envenena lentamente la mente y los sentidos. Hermann Hesse teje un hilo que conecta la maldad con la bondad y las presenta al lector como dos caras de la misma moneda, dos formas unidas y dependientes la una de la otra, compuestas de la misma sustancia y necesarias igualmente para el ser humano. La virtud ha de convivir con el pecado, y como dice el propio autor, "sin el animal que habita dentro de nosotros somos ángeles castrados". Para trascender, hay que aceptar lo que somos y vivir de manera natural, dejarse llevar por el río de la vida para desembocar en el océano de la dicha y la felicidad. De otra manera, forzar lleva a la represión, a la angustia, a la culpa, al pecado, a una santidad anti-natural, que atenta contra lo maravilloso de la vida y del ser humano...

Mi despertar político conecta automáticamente con los hechos del 15-M, que todavía perduran en muchas zonas del país y que se masifican día a día. La situación social y política actual en España causa discordia con la razón y entra en conflicto con los propios valores democráticos. Los jóvenes hoy en día toman cada vez más conciencia de la realidad que les envuelve, salen de la burbuja proteccionista y paradisiaca de la infancia para darse de bruces con la fatal e incoherente verdad. Crecemos con la sensación y la seguridad de que todo marcha bien, que hace años salimos de una dictadura para encontrarnos con la justa y soñada democracia, que somos libres y con un futuro por delante. Después llega el desencanto y la sensación de que hemos sido injustamente estafados, de que vivimos en una falsa democracia, una democracia de caricatura, una democracia que se desmorona inexorablemente mientras se construyen cadenas ante nuestros ojos. Se cierran fronteras, se privatiza, se quita al pobre para alimentar la avaricia del rico, se toman decisiones sin el pueblo... Cada cuatro años votamos para que nos represente un partido, con su programa electoral y sus promesas, ¿para qué? Después llegan los de arriba, aquellos que no se presentan a elecciones y le dicen al gobierno lo que deben hacer, y estos lo acatan. Estamos en manos de los mercados, en manos de los adinerados, en manos de los poderosos, en manos de la no-democracia, en manos de una nueva potencia mundial comandada por reaccionarios y retrógrados que se disfrazan de algo que no son.
Me alegro de que la gente salga a la calle y manifieste su preocupación ante estos hechos. Hay que recuperar la democracia, ofrecer una mayor participación a los ciudadanos, terminar con el bipartidismo y reformar la ley electoral.

No hay que despreciar ni temer, tan solo combatir la sinrazón con la razón, la violencia con la paz, el odio con amor, la mentira con la verdad y la ignorancia con sabiduría. Para alcanzar un fin justo y que perdure, los medios empleados deben ser justos y honestos. Una protesta pacífica tiene más cabida en los corazones de las personas, por eso es inmortal.
RF